Un mundo mejor se construye solamente haciendo el bien, aquí y ahora, en primera persona, con pasión, entusiasmo y esperanza.
Por: P. Adolfo Güémez, L.C. | Fuente: Catholic.net
Cuando
hablo con padres de familia, no es raro que surja la queja: «Ay, es que
antes no era así... La juventud de hoy…» Es cierto, hay muchas cosas de
qué preocuparnos, pero, ¿de verdad estamos tan mal como pensamos?
«La
gente murmura de su tiempo, como si hubieran sido mejores los tiempos
de nuestros padres. Pero si pudieran retornar al tiempo de sus padres,
murmurarían igualmente. El tiempo pasado lo juzgamos mejor,
sencillamente porque no es el nuestro.» No es un texto de hoy, sino de
hace 1600 años. Fue escrito nada menos que por el gran san Agustín de
Hipona.
El
mundo de hoy no es más difícil que el de ayer; es, simplemente,
diferente. Y a los educadores nos corresponde ver la manera de
aprovechar estas diferencias para el bien.
No
ha existido generación que no se haya quejado de su propia época,
porque en todas siempre ha habido pros y contras. Como los contras los
vemos muy fácilmente, vamos a hacer un breve análisis de algunos de los
pros.
Nuestra
sociedad ha sido irremisiblemente globalizada. Las fronteras se diluyen
cada vez más, y se abre con ello un horizonte ilimitado de
posibilidades de cooperación, ayuda y enriquecimiento mutuo.
La
comunicación es hoy más rápida que nunca. Antes era imposible estar
informados al instante sobre la situación mundial, o sobre algo tan
pequeño como el día a día de un amigo que viviera a miles de kilómetros
de distancia. Hoy eso es una realidad que todos dan por descontado.
Al
unir estos dos aspectos –fronteras abiertas y comunicación inmediata–,
se puede reaccionar más fácilmente a las tragedias humanitarias,
ofreciendo ayuda efectiva a países de los que tal vez jamás habíamos
escuchado. Esto ha generado una mayor sensibilidad hacia el mal ajeno
que hemos de apoyar y encauzar.
Por
otro lado, existe en todos el deseo de triunfar, de hacer algo que
valga la pena. Con frecuencia se reduce al ámbito económico, pero
incluso en éste, bien enfocado, se puede hacer mucho bien: creando
empleos, generando mecanismos más justos, etc.
Además, podemos aprovechar esta tendencia para elevar las miras hacia los ideales universales de solidaridad, paz, justicia…
Vivimos
en un mundo sediento de la verdadera felicidad. Esta sed es buena, pues
sólo el sediento busca algo para beber. El vacío existencial, la sed
que tiene el mundo, ha de ser aprovechado para ofrecerle la verdadera
Agua que lo saciará (cf. Jn 4, 14).
Asimismo,
la juventud actual está ansiosa de recursos materiales y espirituales,
pero hemos de ayudarla a vencer la tentación de elegir las vías más
fáciles o ilusorias, para encontrar el camino de la Verdad plena.
Lo
que he escrito no significa adaptarse a la situación actual, sino
querer llevar a plenitud todas las cosas buenas que existen, venciendo
el mal con el bien (cf. Rom 12, 21).
También
el Papa Francisco lo afirma: «En todos los momentos de la historia
están presentes la debilidad humana, la búsqueda enfermiza de sí mismo,
el egoísmo cómodo y, en definitiva, la concupiscencia que nos acecha a
todos. Eso está siempre, con un ropaje o con otro; viene del límite
humano más que de las circunstancias. Entonces, no digamos que hoy es
más difícil; es distinto. Pero aprendamos de los santos que nos han
precedido y enfrentaron las dificultades propias de su época.» (Evangelii Gaudium n. 263)
Es
momento de renunciar a nuestra comodidad, de dejar atrás las quejas
amargas y de comenzar actuar sobre nuestra realidad. Sólo si nos
convertimos en hombres nuevos, el mundo se convertirá en nuevo.
Un mundo mejor se construye solamente haciendo el bien, aquí y ahora, en primera persona, con pasión, entusiasmo y esperanza.
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